En honor a uno de los recuerdos más bellos que me han quedado grabados en la piel, busqué el perezoso de madera y lona y lo abrí como a un libro, en el jardín del fondo.
He llevado también una pequeña manta porque la noche es fresca y aún le temo a ciertos fantasmas.
Me acurruqué en ese cuenco áspero y de a poco hasta mi respiración se iba fundiendo con el espacio. Lo que me había parecido un telón oscuro, se fue llenando de millones de estrellas.
He reconocido el nombre de algunas, Los Siete Cabritos, Las Tres Marías y La Cruz del Sur pero tantas otras siguieron titilantes como fieles amigas anónimas mientras alguna volaba errante para cumplirme un deseo.
El viejo Caballero Nocturno ha desplegado su dulce perfume y el jardín es ahora igualito al de antes.
Yo no sé por qué las noches de verano me parecían eternas. Me quedaba dormida con el run run de las conversaciones y al despertar, la noche seguía allí llena de incontables luces.
Hoy como ayer me persigue la idea de hacerme un vestido azul con mil brillos dorados.
Hoy como ayer siento tus caricias en mi pelo...
Y en honor a mis recuerdos, salgo y te busco en noches estrelladas con la certeza de que no habrá fantasma que se atreva contigo.