Tengo encallados los silencios entre las horas más largas de la tarde.-
El vapor del vino me adormece los labios que juran quedar callados, aunque muy dentro, sigan rezando. Pero el vaivén rítmico de la mecedora no claudica su marcha y apenas transa en sincronizar su paso al tic tac del reloj que tira cuatro campanadas que nadie oye.-
Y aunque todo esté quieto, sigue corriendo el tiempo que no respeta sueños dormidos o despiertos.-
A mí se me hace un juego el ronronear del viento y levanto mis anclas de claustro o de convento, con la ilusión a bordo y el lastre tirado a tiempo.-
Bullen en el patio los malvones inquietos de pájaros traviesos y las tinajas panzonas de agua helada, acallaron sus ecos.- Entonces se apodera de todos el silencio, incluso el gran molino dejó sus brazos quietos y hasta las moscas duermen pegadas en los techos.-
Y alcanza un cacareo, un sonar de cencerros o basta que el barullo provoque los bostezos y enredado entre voces, despierte el rancho viejo.-
Silencios encallados, el correr del tiempo, y una lectura tan sedante como la siesta hamacada en la mecedora. Bello, Alicia. Un abrazo.
ResponderEliminarMe encanta que te guste, recibo tu abrazo y te agradezco tus permanentes palabras cariñosas.- Es un honor que pases a visitarme.- Un beso grande amiga.-
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