Martín llegó corriendo con el sombrero chorreando de aguacero y con los ojos desorbitados gritó desde el galpón: - ¡se viene el alma en pena!
Entró él, caballo y perro.- Se encerró con todas las trancas y asomó hasta la nariz por la ventana.-
La lluvia cada vez mojaba más y de a poco, todos fueron reuniéndose en la cocina donde el fuego no paraba de arder.-
Julio, mi hijo mayor, volvía de la quinta trayendo los tomates y unas ramas de albahaca que le había encargado.-
- ¿Cómo quedó Prudencio? - pregunté.-
- Está bien - contestó.- El saco, aunque viejo, le ha quedado a la medida y sólo espero a que termine la lluvia para llevarle algo de carbón - agregó.-
A la tardecita, el cielo estaba despejado y pudimos armar la larga mesa en el patio.-
La jarra de cerveza helada, las pizzas crujientes con tomates frescos y vimos que Prudencio saludaba desde la huerta con sus manos de paja y su sonrisa de carbón.-
- ¿Martín?
- Está durmiendo la siesta en el galpón.-