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Montevideo, Uruguay
Escribo desde siempre. Sin pretensiones intelectuales, ni locas vanidades de reconocimiento. Alentada por la persona que más amé en el mundo, a quien agradezco y humildemente dedico este blog... a mi madre.-

viernes, 11 de enero de 2013

DELIRIO DE HABLAR


Le diagnosticaron el mal como quien dicta sentencia,
sin la mínima esperanza de poderse mejorar:
"- tiene el mal de las palabras, es común en los poetas
y no conozco receta que yo le pueda indicar".
Por las noches, una vez terminada la cena, empezaba con un monótono canturreo, una eterna letanía donde enumeraba las tareas a realizar: “lavar, lavar, secar, secar, guardar, guardar”. Pero al sentarse a escribir, su mal se hacía más evidente y decía alguna estrofa, pequeña pero incoherente, que no podía callar.
Así entonces los vecinos lo escuchaban hablar solo: “¡Está loco,el pobre hombre, tiene el delirio de hablar!”
Con el tiempo fue adoptando la costumbre de anotar. Repetía cada palabra para darle más énfasis, más fuerza. Hombro, hombro y pegaba un cartelito en su hombro; cara, cara y así, todo su cuerpo se fue tapizando de pequeños papelitos que indicaban cada parte de su cuerpo.
Acumuló tantos, que no había más espacio en su piel para pegar otro cartel. Las palabras lo habían cubierto por completo. No solo a su cuerpo sino a todo su espacio habitable, sillas, mesas, paredes, etc. Cada cosa tenía su palabra, su cartel y su fuerza.
Era extraño verlo, era un ser emplumado de papeles pequeñitos, parecía un árbol, un ave, un erizo, un verdadero loco.
Cuando al fin se agotó hasta el último espacio vacío, empezó a quedarse mudo. Temeroso de emitir un sonido que no pudiera reproducir gráficamente, se sumió en el silencio. Ya la gente no escuchaba su delirante blablá y de a poco fue perdiendo cada uno de sus papeles. Era un árbol en otoño, un hombre casi normal.
Las palabras que caían, las fue juntando en un libro y su mundo de delirios ,poco a poco, terminó.