Quieta..., extrañamente inerte; apenas un zumbido de abejas simulaba un aliento.Casi escondida entre adelfas y castaños, hiedras y rosales, más que belleza figuraba un espanto.
A veces se prendían helechos por mis manos. Un gran liquen celeste en mi rostro parecía una costra a punto de despegarse. Era la vida después de la muerte, la naturaleza aferrándose a mis huesos, un intento de transfundir su savia en la delgadez inescrupulosa de un difunto.
A fuerza de insistencia, a veces renacía entre el hierro y la argamasa o entre bronces oxidados intentando que mi piel oliera viva. El musgo en los ladrillos se volvía esmeralda al temblar del rocío.
Esa noche dejé mi pedestal y bajé a tierra, bailé en el torbellino de la brisa de octubre y una rosa amarilla se enredó entre mi pelo y supe al fin que sola, sin tu ayuda, podría volver a ser de carne y hueso.
Me gustó aunque me dio escalofrío
ResponderEliminarJajaja. Era la intención.
ResponderEliminarTerrible pesadilla, menos mal que despertaste!!!Beso
ResponderEliminarEs la rebelión de las estatuas. Mirá si un día la creación toma vida?
ResponderEliminarAlgo frankensteriano, tal vez.