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Montevideo, Uruguay
Escribo desde siempre. Sin pretensiones intelectuales, ni locas vanidades de reconocimiento. Alentada por la persona que más amé en el mundo, a quien agradezco y humildemente dedico este blog... a mi madre.-

miércoles, 8 de julio de 2009

VIDA DE PUEBLO




Mariano se ha ido y dicen que no volverá jamás.-
¿Por qué habría de hacerlo? No dejó familia y sus contados amigos le han vuelto la cara cuando más los necesitaba.-
Perdió su trabajo en la curtiembre al igual que sus compañeros que, creyendo tener sustento asegurado, no vieron posible que la empresa cerrara por quiebra.- Se oyó de todo en el pueblo, que fue una maniobra fraudulenta de los dueños, que ya se veía venir por el desatinado estilo de vida que llevaban, incluso se habló que el dinero lo habían sacado a escondidas, una noche en que los perros no paraban de ladrar y que seguramente a estas alturas, ya estaría depositado en alguna isla paradisíaca.-
Lo cierto es que Mariano anduvo golpeando puertas.- Primero las de sus conocidos de toda la vida como era Juan Pablo Ferreira, quién era dueño del gran almacén de ramos generales, pero Juan le dijo que no podría pagarle un sueldo decente y encima pagar aportes jubilatorios, por lo que le ofreció una miseria sin futuro que, para reacomodar el cuerpo por su reciente despido, aceptó.- Con el pasar de los días el trabajo iba aumentando y no iba en proporción con la paga acordada, además aquel arreglo de boca de almorzar juntos en la casa e Juan, nunca se hizo realidad por lo que el sueldo se le iba en alquiler y comida.-
Después golpeó la puerta de los referidos de la zona y fue a dar a la estancia La Cueva en donde se solicitaba gente para la recolección de papas.- Consiguió un sombrero y allá fue, subido en el camión que recogía a otros quince que, como él, pasaron agachados todo el día.- No era malo el arreglo, el dueño les daba almuerzo y descanso a mediodía, leche y galletas para llevarse por la tarde en el camión de regreso y las papas que necesitasen.- Pero todo lo bueno termina y terminó la cosecha.-
Mariano siguió golpeando puertas y llegó a la Junta Local donde le dijeron que no había vacantes pero que como era año electoral, algo habrían de inventarle, así que dejó sus datos y se fue para su casa.- Allí prendió un cigarro, avivó el fuego y en las cenizas tiró tres papas para cenar asadas cubiertas con algo de grasa; un trago grosero de caña y se durmió sin muchas esperanzas.- Sin embargo al día siguiente por la radio se escuchaba la noticia: “…Habremos de comenzar las obras de saneamiento en los rincones más recónditos del país…” Y si se trataba de esos rincones seguro que hablaban de San Fernando de los Moros que era el lugar donde Mariano había vivido durante los últimos veintitrés años de su cincuentona vida.-
El había llegado al pueblo a fines de los ochenta con un grupo folclórico que se llamaba “Los Parrancheros”.- Tenían bastante éxito con su repertorio de autoría propia que olía a zurda mezcolanza de polca con milonga, barba, bigote, mate y pelo largo y una interminable lista de muchachas que se acercaban depuro ansiosas a los tablados, para ver a las estrellas de la banda.- Y así fue como una noche conoció a Joaquina Estévez Logroño, hija del acaudalado Estévez, dueño casi de la mitad del Departamento de Durazno.- Y empezaron las miradas, las dedicatorias de los temas y cuanta guasada interminable de devaneos de celos y te quieros entre las fanáticas del grupo.- Cierto es que Joaquina sufría los tormentos de sus rivales y los de su propio padre, quien no quería ni escuchar hablar del barbudo comunista que andaba detrás de la nena.- Por otro lado Marcelina Logroño de los Santos, madre disgustada pero madre al fin, trataba de hacer de nexo entre la muchacha y su padre y a la vez sentía que Mariano, en el fondo, era un buen muchacho al que, peluquería mediante, podría aceptar por un tiempo de visita en su casa; Marcelina sabía bien que cuanto más se opusiera, más rápido crecería el capricho de su hija.-
Mientras tanto en la radio no dejaban de hablar los políticos de turno y los de fuera de turno también y ya para ese entonces de las cavilaciones recordatorias de Mariano, los candidatos ya estaban colgando focos de luz hasta por dentro de los aljibes.-
Esa misma tarde lo llamaron de la Junta y le dijeron que se presentara a las siete de la mañana del día siguiente, a la orden de Manuel González, alias El Maco, para cavar zanjas para el saneamiento.- Y bueno, pensó.- Nada podría oler peor que como olía aquella curtiembre y salió contento con su nuevo estado laboral de empleado público.-
Con El Maco la cosa anduvo bien.- El Maco era el jefe de una cuadrilla de seis empleados: dos maquinistas, dos poceros, un técnico en conexiones y otro, Lalo, que siempre estaba ahí y no se sabía bien para qué.- Mariano y Pintos, los poceros, se turnaban para cavar mientras los demás miraban, cuando cerca de las diez de la mañana El Maco decía:
- Muchachos, vamos a descansar un ratito.-
Y se prendían los cigarros y se tiraban al suelo como a descansar mismo.- Veinte minutos después retomaban la tarea; una de las máquinas apisonadoras se encendía con un estruendo molesto, alisaba unos centímetros de balasto y se descomponía.- Y ahí la apagaban y Lalo se encargaba de abrir la tapa del motor y registrar todo con aires de mecánico de fórmula uno, casi hasta mediodía.- Por la tarde pasaba algo parecido, aunque el técnico en conexiones también hacía algo de poda de árboles, por lo que la zanja no avanzaba con mucha rapidez.-
Al día siguiente amaneció lloviendo y la cuadrilla se presentó en el corralón municipal, firmó asistencia y esperó a que amainase la lluvia, cosa que no sucedió por una semana, por tanto el trabajo se convirtió en la rutina diaria de llegar, preparar mate, repartir cartas de truco y estar a la orden por si el temporal tiraba alguna rama sobre la calzada, cosa que tampoco sucedió.- Al cabo de dos meses teníamos el saneamiento de una cuadra y media a estrenar.-
Llegaron las elecciones y El Maco se aburría de tanto criticar las campañas políticas.- El decía que todas eran iguales, que para lo único que servían era para limpiarle la cara al pueblo, tapar algunos baches y por supuesto ligar todo tipo de artículos propagandísticos como vinchas, llaveros, pegotines y capaz que, con suerte, regalaban termos con la cara de Aparicio.- Entonces la cuadrilla se instaló a la entrada del Club Social, donde la comitiva pasaría la tarde gritando discursos, porque decían que esta vez regalarían celulares.- Pero como siete teléfonos no tenían, les dieron cuatro bufandas y tres gorros de lana con los colores de la patria.-
Por otro lado la Junta los convocó para decirles que los recursos para la obra se habían terminado y como el contrato había sido firmado por tres meses, deberían seguir con la poda y aseo de veredas por treinta días más.-
Por tanto se deduce que San Fernando de los Moros quedó con una cuadra y media de red cloacal lista para ser conectada a la siguiente cuadra y media de las próximas elecciones.-
La siguiente ocupación de Mariano fue de lavaplatos y eventual cocinero de la parrillada y salón bailable “El Hornero”, ya que a él no le molestaban las cucarachas ni los ratones que por allí abundaban.- Desde entonces empezó a perder el apetito y hasta lindo quedó con unos quilitos menos.- Durante esa temporada conoció a Venancio, quien fuera un gran compañero de pesca.-
En realidad iban a un gran barrancón, agreste como pocos, lleno de palmeras altísimas.- Allá abajo, en su valle, casi inadvertida, pasaba una corriente de agua fresca rodeada de juncos y helechos, que los lugareños llamaban Molles; era demasiado espectacular el lugar para que sólo dos almas lo disfrutaran.- Entonces armaban carpa y fogata y desparramaban ollas y todo cuanto llevaban para pescar.- Así se aprontaban a pasar lunes y martes como si fuera fin de semana, ya que eran los días en que El Hornero cerraba.-
Generalmente sacaban una truchas barrosas, que ya los tenían medio cansados, pero esta vuelta vieron bagre y justo pescaron uno enorme.- Para cuando hubieron terminado de comer, se tiraron a descansar en medio de tanto verdor que dio pena hablar y de a poco se durmieron con una airecito tibio y el cantar de los pájaros.-
Así pasaban los días, cocinando, lavando pisos, yendo a pescar, contando cuentos, riendo, en fin, haciéndose amigos del alma.-
Un día Venancio empezó a faltar al Hornero y el trabajo se duplicaba, especialmente los viernes y sábados de noche, cuando se juntaban los jóvenes para el baile, hasta que apareció diciendo que debería irse a la Capital para hacerse un tratamiento médico sin importancia y que por favor no le preguntaran más nada porque ni él sabía qué era lo que tenía.-
Mariano recibía cada vez más salario y más propinas por lo que empezó a vislumbrar la idea del ahorro.- Se compraría un par de botas marroncitas que hacía tiempo que las venía mirando y capaz que hasta una camisa presentable.- Y pasó el tiempo, mucho tiempo donde nada hacía más que trabajar y dormir.-
Un día recibió una carta de Venancio y loco de contento leyó que lo habían operado de la próstata y que había quedado como un gurí chico; que vivía en una pensión cerca del hospital y la terminal de ómnibus, pero que lo mejor de todo era que de tanto que lo habían cuidado en la pensión, la dueña y él se habían enamorado y ahora compartían dormitorio y administración.-
Dobló con cuidado y guardó la carta en un bolsillo y se fue a pescar por primera vez solo, en honor a la recuperación de su amigo.- Pero el barrancón sin Venancio no era lo mismo, las cartas de truco se transformaban en solitarios, y se volvió sin bagres, sin truchas, pero habiendo releído hasta el cansancio el romance de pensión.-
- Ojalá a mí también la vida me dé una sorpresa linda- pensaba de regreso al pueblo.-
Ya era de nochecita cuando pasó cerca de la curtiembre abandonada y seca como lonja, cruzó la cuadra frente a la vidriera del almacén de Juan donde vendían una guitarra parecida a aquélla que usara en su banda, y siguió de largo hasta llegar al corralón cerrado, donde las aplanadoras y tractores descansaban tanto aburrimiento.-
Llegó a su casa, encendió un cigarro, tomó unos cuantos tragos groseros de caña, miró sus botas marroncitas y flamantes y dijo en voz alta:
- Mañana temprano compro un boleto y nos vamos, nos vamos bien lejos de San Fernando de los Moros.-

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